Escrito por: Aida Trujillo Ricart
Ante todo quisiera pedirle disculpas por el retraso en contestar, debido a motivos personales graves, al artÃculo del pasado 27 de septiembre, escrito por Don Rafael Peralta Romero y publicado en su periódico, El Nacional.
En dicho artÃculo, posterior al del dÃa 22, en el que se anunciaba la publicación de un libro de Cassandro Fortuna llamado “El oficio de lavar cerebros”, el señor Romero nos cuenta la insistencia de dicho autor en afirmar que Trujillo era zurdo.
Dicha insistencia fue provocada tras haberlo yo negado, con la misma firmeza con la que sigo haciéndolo cuando, desde su diario, me llamaron por teléfono para contrarrestar dicha aseveración.
Este hecho, no obstante, no impide que, por educación única y exclusivamente, pida disculpas a Don Cassandro, por el hecho de desmentirle. Pero puedo asegurarle que, por más que insista, y sintiéndolo mucho, está mal documentado pues, Trujillo, era diestro.
Aunque, como él indica, yo era pequeña “y no le conocÃa bien”, una aserción un tanto osada, a mi modo de ver, me hubiese dado cuenta de ello, al igual que mis hermanos y, naturalmente, el resto de mi familia.
Los niños, como todos sabemos, se suelen fijar mucho en los detalles anatómicos que los diferencian de los adultos. Por ejemplo, cuando nació mi hermano Rafael, al que le llevo cuatro años, me di cuenta de “la diferencia” que existÃa entre cierta parte de su diminuto cuerpo y el mÃo.
Al ser un año y medio mayor que yo, no habÃa tenido la oportunidad de hacerlo con Ramfis, mi hermano (q.e.p.d.) y, el de mis hermanas, era semejante al mÃo.
El contraste entre los niños varones y los hombres adultos, que lucÃan bigote, como mi difunto padre, o barba, como algunos conocidos, también despertaba mi curiosidad.
Asimismo, la anatomÃa de mujer de mi madre, tÃas y amigas suyas, lógicamente algo diferentes a la mÃa, cuando era niña, provocaban que le hiciese constantes preguntas a mi progenitora.
Pero como, por entonces, a los chiquillos no se les explicaba prácticamente nada, tuve que coartarme y, por si hubiese sido poco, aguantar la tÃpica reprimenda de mi madre: ¡Mire, muchachita fresca, falta de respeto, no vuelva a hablar de “eso”!
Trujillo, cuando se convertÃa en, únicamente, un abuelo común y corriente, cosa que hacÃa desde que entraba en su casa o en la nuestra, se tiraba al piso a jugar y armar juguetes con nosotros, sus nietos.
Si hubiese visto que utilizaba, al contrario que nosotros, su mano izquierda para ejercer esa labor, sà me habrÃa atrevido a preguntarle porque también habrÃa llamado mi atención.
Siempre he sido, y sigo siéndolo, muy curiosa, aunque no chismosa.
Siento necesidad de averiguar, de aprender constantemente, de enterarme del porqué de las cosas. Pero no me gusta divulgar, sin embargo, lo que sé de la vida de los demás.
Y, volviendo al tema que nos atañe en esta ocasión, quisiera compartir una anécdota de mi primera infancia, esa que “no conocà bien”, según declara el señor Fortuna.
Ocurrió estando en la cocina de la que era la casa de Boca Chica, propiedad de mi madre, pues se la habÃa regalado a ella un familiar suyo, don Manolito Baquero (q.e.p.d.), y no Trujillo, como algunos aún siguen creyendo.
Fue, entonces cuando, por primera vez, la vi pelando papas con la mano izquierda. Y, como ella sà era zurda, lo hacÃa de una forma tan natural que, derrotada por mi curiosidad, me animé a preguntarle cómo era capaz de realizar aquello, que me pareció toda una proeza, aunque, claro, no exenta del temor a ser nuevamente regañada..
Pero, para gran alivio mÃo, no me llevé la esperada riña. Mi progenitora se limitó a responder que ignoraba el porqué, a algunas personas, les ocurrÃa lo mismo que a ella.
Me dijo que aquello era “ser zurdo” y que no tenÃa mayor importancia, añadió que, en cambio, cuando ella era pequeña, sà se la daban y que, en su colegio, le ataban la mano izquierda a la silla, para obligarla a que utilizase la derecha.
Ahora, en cambio, prosiguió, la ciencia habÃa descubierto que aquella práctica no era sana y que habÃa que dejar a los zurdos ejercer como tales.
Un dato coincidente y llamativo a la vez es que, tanto mi madre como la segunda esposa de mi padre, fueron, y es, porque Lita sigue viva, zurdas. ¿Será ese el motivo por el que se casaron con él?
A pesar de no concordar con la obstinación de Fortuna, para contrastar mi experiencia de niña ante su “descalificación”, decidà ponerme en contacto con una persona en la que, curiosamente, él se apoya para confirmar su teorÃa: Kalil Haché.
Mi tÃo Kalil, como él suele decir, confirmó mi alegato: Trujillo no era zurdo y él, el señor Haché, no tiene el gusto de conocer personalmente al señor Fortuna.
Me comentó que, eso sÃ, para que le dejasen en paz, habÃa dicho que Trujillo era ambidiestro, pero que no se referÃa a lo que también Fortuna alude, sino a su gran capacidad para realizar cosas, para bien o para mal. Una metáfora, un paradigma, nada más.
Con el malogrado señor Font Bernard, el otro testigo del señor Fortuna, no he podido hacer lo mismo, pues, lamentablemente, hace años que falleció. Tengo que añadir que, de no haber estado segura de que Trujillo no era zurdo, lo hubiese dicho porque, el serlo, no implica ninguna deshonra.
Este hecho, no obstante, no impide que, por educación única y exclusivamente, pida disculpas a Don Cassandro, por el hecho de desmentirle. Pero puedo asegurarle que, por más que insista, y sintiéndolo mucho, está mal documentado pues, Trujillo, era diestro.
Aunque, como él indica, yo era pequeña “y no le conocÃa bien”, una aserción un tanto osada, a mi modo de ver, me hubiese dado cuenta de ello, al igual que mis hermanos y, naturalmente, el resto de mi familia.
Los niños, como todos sabemos, se suelen fijar mucho en los detalles anatómicos que los diferencian de los adultos. Por ejemplo, cuando nació mi hermano Rafael, al que le llevo cuatro años, me di cuenta de “la diferencia” que existÃa entre cierta parte de su diminuto cuerpo y el mÃo.
Al ser un año y medio mayor que yo, no habÃa tenido la oportunidad de hacerlo con Ramfis, mi hermano (q.e.p.d.) y, el de mis hermanas, era semejante al mÃo.
El contraste entre los niños varones y los hombres adultos, que lucÃan bigote, como mi difunto padre, o barba, como algunos conocidos, también despertaba mi curiosidad.
Asimismo, la anatomÃa de mujer de mi madre, tÃas y amigas suyas, lógicamente algo diferentes a la mÃa, cuando era niña, provocaban que le hiciese constantes preguntas a mi progenitora.
Pero como, por entonces, a los chiquillos no se les explicaba prácticamente nada, tuve que coartarme y, por si hubiese sido poco, aguantar la tÃpica reprimenda de mi madre: ¡Mire, muchachita fresca, falta de respeto, no vuelva a hablar de “eso”!
Trujillo, cuando se convertÃa en, únicamente, un abuelo común y corriente, cosa que hacÃa desde que entraba en su casa o en la nuestra, se tiraba al piso a jugar y armar juguetes con nosotros, sus nietos.
Si hubiese visto que utilizaba, al contrario que nosotros, su mano izquierda para ejercer esa labor, sà me habrÃa atrevido a preguntarle porque también habrÃa llamado mi atención.
Siempre he sido, y sigo siéndolo, muy curiosa, aunque no chismosa.
Siento necesidad de averiguar, de aprender constantemente, de enterarme del porqué de las cosas. Pero no me gusta divulgar, sin embargo, lo que sé de la vida de los demás.
Y, volviendo al tema que nos atañe en esta ocasión, quisiera compartir una anécdota de mi primera infancia, esa que “no conocà bien”, según declara el señor Fortuna.
Ocurrió estando en la cocina de la que era la casa de Boca Chica, propiedad de mi madre, pues se la habÃa regalado a ella un familiar suyo, don Manolito Baquero (q.e.p.d.), y no Trujillo, como algunos aún siguen creyendo.
Fue, entonces cuando, por primera vez, la vi pelando papas con la mano izquierda. Y, como ella sà era zurda, lo hacÃa de una forma tan natural que, derrotada por mi curiosidad, me animé a preguntarle cómo era capaz de realizar aquello, que me pareció toda una proeza, aunque, claro, no exenta del temor a ser nuevamente regañada..
Pero, para gran alivio mÃo, no me llevé la esperada riña. Mi progenitora se limitó a responder que ignoraba el porqué, a algunas personas, les ocurrÃa lo mismo que a ella.
Me dijo que aquello era “ser zurdo” y que no tenÃa mayor importancia, añadió que, en cambio, cuando ella era pequeña, sà se la daban y que, en su colegio, le ataban la mano izquierda a la silla, para obligarla a que utilizase la derecha.
Ahora, en cambio, prosiguió, la ciencia habÃa descubierto que aquella práctica no era sana y que habÃa que dejar a los zurdos ejercer como tales.
Un dato coincidente y llamativo a la vez es que, tanto mi madre como la segunda esposa de mi padre, fueron, y es, porque Lita sigue viva, zurdas. ¿Será ese el motivo por el que se casaron con él?
A pesar de no concordar con la obstinación de Fortuna, para contrastar mi experiencia de niña ante su “descalificación”, decidà ponerme en contacto con una persona en la que, curiosamente, él se apoya para confirmar su teorÃa: Kalil Haché.
Mi tÃo Kalil, como él suele decir, confirmó mi alegato: Trujillo no era zurdo y él, el señor Haché, no tiene el gusto de conocer personalmente al señor Fortuna.
Me comentó que, eso sÃ, para que le dejasen en paz, habÃa dicho que Trujillo era ambidiestro, pero que no se referÃa a lo que también Fortuna alude, sino a su gran capacidad para realizar cosas, para bien o para mal. Una metáfora, un paradigma, nada más.
Con el malogrado señor Font Bernard, el otro testigo del señor Fortuna, no he podido hacer lo mismo, pues, lamentablemente, hace años que falleció. Tengo que añadir que, de no haber estado segura de que Trujillo no era zurdo, lo hubiese dicho porque, el serlo, no implica ninguna deshonra.
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